domingo, 29 de junio de 2008

Otro fragmento de una novela privada


Viene de Fragmento de una novela privada escrita por Néstor Luis González.

Martha con h intercalada se acostumbró como sus predecesoras –poco más de una centena de muchachitas- al desagradable tacto de cuellos grasientos, salados y sudorosos; al nauseabundo aliento de licor barato y sarro; a olfatear sin querer la transpiración del pachulí almizclado con tufo agrio; y a la desagradable y aterradora visión de uñas mugres y amarillentas de tabaco añejo hurgando sus zonas más íntimas.
En dos años endureció las pocas entrañas que le quedaban, fue la etapa preparatoria, el trance obligatorio para no errar ni titubear la noche que decidió vomitar las serpientes anudadas en su estomago al pobre infeliz que yacía inerte sobre sus sábanas limpias y que meses antes, la bautizó su mujer, desde la vez que la ayudó a abortar con rezos a los santos y ramas hediondas sacudidas toda una noche en su entrepiernas.
Los funcionarios encontraron el cuerpo del viejo desdentado sobre el charco de sangre que formó a su espalda una figura parecida a las alas de una mariposa. Ella solapada por la sombra de una antigua y coja peinadora, ubicada en un rincón de la también vetusta habitación, inhalaba su penúltimo cigarrillo del día, pues la gorda tan gorda como la palabra gorda, es decir, la dueña de la tasca donde trabajaba a cambio de un cuartucho, le comenzó a restringir el número de cigarros para preservar su salud.

-Imbécil –esputó al cadáver- merecías que te sacaran los ojos…

-Cállate necia
– le interrumpió la matrona- no ha dejado de ser la campurusa ignorante, absurdamente orgullosa y sorda, sorda como una momia, masculló dirigiendo una nerviosa sonrisa a los criminalistas que empezaban a recoger muestras de la macabra y casi irreal escena.

Los de azul la encontraron sentada, distante, con los ojos en otra dimensión, fijos sobre el cuadro colgado en la pared y pintado por un infortunado y nada brillante artista que desplegó sus lienzos en la plaza del centro para rematarlos por tres reales. El lienzo de un desfigurado jarrón con flores amarillas era solo un punto inmóvil que no interrumpía el infinito recuerdo de Yuri, en sus últimos días de aburrida niñez. A pesar del justificado movimiento de personas, su mente se hallaba lejos del lugar, en la tarde cuando regresó de su graduación de bachiller y debió tapar con un gancho de ropa la respiración para no percibir la hedentina del cuerpo de su madre muerta y recoger sus pocas pertenencias para largarse a la ciudad. Ya nada la detenía, su madre había fallecido esa mañana, lo corroboró clavando con un martillo algunos alfileres en la planta del pie.
Tras algunos minutos los meticulosos investigadores voltearon el cuerpo cual si se tratase de un pesado y maloliente jergón, para descubrir la herida mortal que comenzaba en la nuca y terminaba entre las nalgas del anciano, marcando una brecha de carne brotada de sangre seca, grasa y hueso.
Fue entonces cuando Yuri, o más bien Martha con h intercalada como determinó llamarla el dueño de una tienda para darle más “caché”, dio un sobresalto inesperado y ajeno a su hasta entonces aletargado estado, causando fastidio y suspicacia entre los efectivos que realizaba sigilosamente su trabajo. La joven con su teléfono a lo alto comenzó a tomar fotografías y enseguida los uniformados cayeron sobre ella.

-Pero que hacen? Es mi trabajo, bueno casi, estoy estudiando para ser una gran periodista, exclamó con exaltación.

El inapropiado e inescrupuloso comportamiento -o al menos así resultó para los gendarmes- fue el único motivo entonces para pedir su retiro del lugar y escoltada por dos hombres, Yuri fue despojada de lo que pensaba era la primicia que le daría el seguro y magistral ingreso al medio de comunicación más importante de la ciudad.

-Suéltenmeeeeeeeeeee!!! Desalmados!!! Esta historia es mía, me la merezco, se escuchó su voz hasta el silencio por el pasillo del desvencijado edificio.
En la gráfica: La muerte de Marat (en francés La Mort de Marat) es una pintura de estilo neoclásico, obra de Jacques-Louis David y una de las imágenes más famosas de la Revolución Francesa.