jueves, 28 de febrero de 2008

Cuentos de Carrasco: La Maldición de Miranda

“Estoy tendiendo la inmaculada sábana de doña Carrasco”, gritó por tercera vez al cielo con su voz de soprano. Elevando el tono que acompañaban los gatos del vecindario las mañanas que amanecía cantando coplas de siembra cafetalera, el mismo que aprobaban con gestos las madres, que sacaban sonrisas reprimidas de las hermanas mayores y el mismo que tenía aterrados a los muchachos del edificio.
La voz de Miranda era como ella, grande, poderosa, irreverente, autoritaria, esa era la imagen que “la negra” se había ganado ante los vecinos desde la vez que altaneramente decidió refrenar la mala conducta de los chicos de la cuadra, quienes no tenían compasión a la hora de desbaratar todo el trabajo doméstico realizado con esmero por las mujeres del edificio.
Los pisos abrillantados con cera, paño y brazos, se convertían en las más veloces pistas de carrera y la ropa tendida al sol resultaba un divertido laberinto con pasajes secretos para jugar a las escondidas. Miranda no lo soportó, la enfurecían las marcas de dedos negros sobre la tela húmeda y en su segunda aparición al patio central los muchachos entendieron su contundente advertencia.
El patio era un área aprovechada por todos en la vecindad para reunir a las familias en sus diversas faenas hogareñas, quedaba entre dos edificios que se encontraban de frente. Allí se hacía cada año una gran cena de navidad, los cumpleaños de chamos y adultos, las bodas, las comuniones, se jugaba a la guerra de agua en Carnavales y hasta se velaban a los muertos. A un extremo de esta especie de cobertizo las mujeres dispusieron cuerdas de alambre amarradas entre las ventanas de ambos edificios para colgar la ropa recién lavada.
“Al que me ensucie la ropa le echo un conjuro, ah vaina”, exclamaba con un tabaco encendido en la boca, agitando las manos como para espantar los mosquitos y recitando entre dientes palabras indescifrables que parecían estrofas de una especie de oración vudú.
Otro día, que para entonces no hubo alma que se asomara siquiera al patio, esputó muy alterada la siguiente amenaza. “Al que me manche la ropa le haré un trabajo de mil demonios, lo convertiré en sapo y lo meteré en una lata sellada hasta que se seque”.
Desde ese sermón no hubo vecino en Calle Pánamo que se atreviera al menos a mirar de reojo a alguno de los miembros de la familia Carrasco. Todos los trajes se mandaban a zurcir con doña Carrasco; los primeros invitados a las fiestas eran sus hijos, el vendedor de pescado y el platanero reservaban las piezas más grandes y frescas para la familia y hasta Manolo, el de la miniteca colectiva daba prioridad a las solicitudes de los Carrasco en su lista de complacencia musicales para la vecindad.
El tiempo pasó y Miranda se enamoró en sus breves salidas al abasto, del carpintero que arreglaba las camas de todas las casas de citas de la comunidad, eran tres cuadras de puros burdeles, por eso siempre fue un hombre próspero y visto desde el comienzo con buenos ojos por la familia.
Jacinto era opuesto en raza a Miranda, pero igual de robusto y alto, tan alto que pocas veces al año entraba a la sala de los Carrascos por temor a topar con los ventiladores de techo, a veces gateaba para llegar al baño o al cuarto de su amada. De tanto amor, surgió un embarazo del que Jacinto prefirió no hacerse cargo, lo que causó la despedida apresurada de Miranda de la vecindad, para felicidad de los muchachos claro.
Así fue que sentado todas las tardes en la acera frente a su casa, el carpintero fue disecándose. Con asombro y espanto todos los que conocían la historia sabían que Jacinto tenía el pellejo pegado a los huesos porque “la negra” le había echado una maldición. A poco tiempo el hombre murió y las putas del barrio hicieron esa noche su clientela en los pisos para guardarle luto.
Un par de años siguientes, Miranda regresó a Calle Pánamo no tan negra y con los cabellos pintados de amarillo, a su espalda colgaba siempre una niña hermosa y redonda por donde se le viera, posiblemente a consecuencia de los dos litros de leche que recibía cada mañana para que creciera no tan oscura como su madre.
Por supuesto que nunca más hubo niño o adulto que tocaran las sábanas tendidas en el patio o en su cama, tampoco nadie que se lo preguntara.
“Miranda –le dijo la señora Carrasco con una enorme sonrisa de complicidad- vas a tener que rezarle a todos los santos para que te manden un marido, dicen las vecinas”

A lo que respondió con un dejo de tristeza e incredulidad en sus ojos, “Va si es, señora Carmen, todavía creen en eso? Si es que a mi no se me derriten las velas por no saber cómo prenderlas!
Serie Cuentos de Carrasco
Toño Carrasco es un hombre que tuvo una niñez y una pubertad feliz, vivió en una enorme vecindad donde todos sus habitantes compartían como una gran familia. Asegura que vivió su propio Macondo, con situaciones y personajes tan reales y mágicos como los descritos con todo respeto y distancia por el maestro Gabriel García Márquez. Los relatos de Carrasco que escucho con gustosa atención, que me divierten por horas y que estoy segura, le complace rememorar, son como la canción "Sasha, Sissí y el círculo de baba" de Fito Páez, como las melodías de Fiona Apple, como el escaparate de la casa de mi madre, como las letras de la "Cándida Eréndira y su Abuela Desalmada", se perciben sepia, huelen a lluvia, avena y polvo. A partir de hoy comparto estos aromas con ustedes.

sábado, 23 de febrero de 2008

Brillante sobre el mic

Hay recuerdos que no voy a borrar, personas que no voy a olvidar, hay aromas que me quiero llevar, personas que no voy a olvidar...
Son dos, las caras de la luna son dos, prefiero que sigamos mi amor presos de este sol...
Dejar, amar, llorar, el tiempo nos ayuda a olvidar y allá, el tiempo que nos lleva hacia allá, el tiempo es un efecto fugaz...
Y hay, hay cosas que no voy a olvidar, la noche que dejaste de actuar, sólo para darme amor...
Y yo vi tu corazón brillante sobre el mic en una mano y ausente de las cosas pensaste en dejarlo y tirarlo junto a mi...
Hay secretos en el fondo del mar, personas que me quiero llevar, aromas que no voy olvidar, silencios que prefiero callar, mientras vos jugas...
Fito Páez (Argentina)

lunes, 18 de febrero de 2008

Soñé otra muerte


Un lejano eco que progresivamente se convirtió en una especie de berrido me espoleó del letargo que dejó el profundo sueño de esa calurosa tarde de abril. Acostada aún desde la cama pude divisar entre los paños de la ventana que era el conductor de un camión cava el intérprete de tan altisonantes quejidos.
Ahí voy!!!!… intenté aullar para calmar el escándalo -que estoy segura era tal sólo en mi encajonada cabeza- sin la mejor fortuna. Coño que ahí voy!!! repetí sosteniéndome de la cortina rosada y asomando la boca por una de las rendijas.
Despierta ya por la molestia, vislumbro que como situación poco común estaba acostada en el cuarto de mis padres, ventajosamente para el vocinglero, pues es el único cuarto de la casa con vista al patio trasero, el que da a la utopista.
Atravieso la enramada y el patio hasta el portón para acercarme al hombre vestido con una camisa timbrada con el logo y el nombre de Fin de Siglo, una tienda por departamento con mucha tradición en el Zulia. Extrañada de su presencia, asentí la pregunta de si se encontraba en casa la señora Iliana Contreras.

Sí se encuentra, de parte? Pero no creo que haya comprado nada recientemente en esa tienda, además nada tan grande como un mueble, de qué se trata esto?, dije con la voz evidentemente trémula pues la estupefacción pasó a tejer una telaraña de dudas que resultaban todas insanas.

Avísele que tiene aquí su pedido, necesito que firme la señora o usted como recibido para bajarlo del camión, esputó sin mayor expresión que el de fastidio que da trabajar en esos infernales días sin aire acondicionado y posteriormente extendió la factura con doble copia con el membrete rojo en la parte superior izquierda.

Efectivamente leí sin error ortográfico mi nombre, número de identidad, dirección de la casa de mis padres (dónde me encontraba), mi teléfono escrito a palma con tinta azul, la cantidad y descripción del producto: URNA DOBLE (sarcófago).
No sabía sí por la incredulidad o por un miedo que invadió mi espalda aún sin entender nada, me embargaron unas incontrolables ganas de llorar y atacar al despachador por tan indignante, de mal gusto e injustificada broma.

Yo soy Iliana y no pedí ninguna urna, no sé de qué se trata esta burla pero le agradezco que se retire, le grité con la garganta adolorida por el nudo de llanto y colorada de la incontenible rabia.

Esta segura que no quiere ver lo que hay dentro? Me dijo con la misma pacífica voz del principio y liberó la tranca de la puerta del camión cava para dejar a la vista que efectivamente eran dos urnas de madera las que traía, pero estaban juntas, pegadas del lado de las bisagras para abrirlas por lados opuestos. Abre el portón para bajarlas y darte las instrucciones, me ordenó.

Sin argumentos y sin fuerzas ni ánimos de entender toda la irreal situación, procedí a dar paso a la siniestra encomienda. Y descargando las cajas cual si se tratara de un juego de recibo, el hombre comenzó a ametrallar una serie de indicaciones incomprensibles para mí y cerrar con: Y no la deje dormir porque sino se muere!
Sin saber más del hombre, esta última y única frase descifrable me hizo arrodillarme casi instantáneamente ante un lado del “duocajón” para levantar con todas las fuerzas de mis brazos una de las tapas y encontrar acostada de manera muy plácida a mi madre. Sí, a mi madre.
La sensación no fue nada pavorosa, muy contrario a lo que me hizo sentir el vendedor minutos antes con toda la misteriosa explicación. El apacible rostro de mi madre como siempre me llenó de paz y seguridad, apartando todos los miedos posibles que generaba el escenario para entonces comenzar un diálogo del que recuerdo muy pocos detalles. Mucha risa y amor transmitido en nuestras sostenidas miradas eso sí lo memorizo. Hablamos de sus gustos, de los míos, de sus deseos de los míos, hablamos por horas y cantamos, cantamos música llanera cómo a ella le gusta, la peiné, la mimé, la agoté de tanto querer hasta que me dijo: Tengo sueño!
Recordé así las incoherentes instrucciones iniciales, y mi corazón empezó a latir con tal fuerza que no escuchaba ni el canto desafinado e impasible que entoné para evitar que mi madre durmiera, para interrumpir con mi voz y posteriormente agresivo zarandeo que mi madre cerrara los ojos. No podía dejarla dormir, no podía dejarla ir, estaba en mis manos. Tenía que cantar como nunca, hasta quedar sin voz, aún con el corazón en la boca ahogando mis notas, hasta quedar sin corazón, el mismo que me despertó con latidos altisonantes, rimbombante en mi cerebro y pecho, para no darle fin a ese sueño.

Me levanté llorando y corriendo ahora desde mi cuarto, con ventana al patio delantero, hasta el comedor, levanté el teléfono: Mami? Y papi? Están bien? Cuándo regresan?

P.D: Este es uno de los sueños de mi adolescencia, mis amigos más cercanos lo han escuchado alguna vez, mis padres estaban de paseo en Mérida. Aún no creo mucho en la interpretación de los sueños pero algunos, sin querer, han sido bastante reveladores y orientadores en mi vida. Debí prestar más atención. Este año mi buena estrella, cumple 15 años de su fallecimiento, aunque la sembraron (se llamaba Flor) en el Cementerio La Chinita, se la pasa a mi lado, por ello más que nadie sabe lo que pienso sobre la muerte y el tratamiento que le doy a este tema. Desde esta dimensión le envío mil besos a su alma.

lunes, 4 de febrero de 2008

Cabezas Cuadradas


El día desde temprano en la oficina no perfilaba nada extraordinario. Llegué al salón con mi pauta informativa en mano, a una reunión ya cotidiana de Consejos Comunales, a la que debía darle cobertura periodística por “ene” causa.
Luego de 20 minutos aproximadamente, en mitad de la reunión en la que se discutían las formas de dotar un módulo asistencial de medicinas y personal, un hombre de piel tostada y destacados rasgos indígenas, presumo que de la etnia Cumanagotos pues se acercó desde el grupo proveniente de la zona rural de Barcelona, se ubicó sigilosamente a mi lado. Cuando lo miré, me observaba y prosiguió a decir, con voz áspera y resignada pero nada molesta:
No entiendo porqué el hombre se empeña en poner todo cuadrado para llevarle la contraria a Dios, hacen casas cuadradas, carros cuadrados, camas cuadradas, mesas cuadradas, pantallas cuadradas, sus cuentas, sus relaciones, sus días, sus vidas son cuadradas. ¿Será por eso tanta infelicidad?


Mira a tu alrededor, nada hecho por Dios es cuadrado o acaso ves algo?