lunes, 1 de octubre de 2007

SOÑÉ MI MUERTE


Al principio era el pasillo de un hotel de la época de los 50, no sé, en su decoración destacaba el exceso de alfombras de tonos oscuros en pisos y paredes, pero repentinamente era el corredor de una escuela, un High School más bien, de estas instituciones gringas con suelos pulidos, techos muy iluminados y lockers a cada lado.
Habíamos cuatro personas, frente a mi un hombre muy atractivo, caucásico, de labios carnosos, provocativos, rosados como los del mexicano Gael García, lo acompañaba una mujer de la que no puedo dar detalles de su rostro, su cabello era color negro, largo, ondulado, vestía algo amarillo y jugaba en sus manos con un vaso corto de vidrio, con 2 o 4 pitillos que batían una bebida blanca, cremosa y una chupeta de sabor a piña, y así como el corredor, de pronto era un vaso plástico que contenía jugo de piña, el cual mezcló con jugo de fresa que salió de la nada. Recuerdo con mayor avidez el sabor de cada cosa, el agridulce de la golosina y la acuosidad del zumo de piña-fresa, salivando mientras ella sostuvo por un rato el sorbo para provocar o burlarse de mi apetencia.
Detrás de mi, tumbado en una silla de madera estaba otro hombre, buen mozo pero no tan bello como el primero, era muy joven, tenía guardacamisa blanca y el cabello engominado, yo estaba sobre él, sentada en sus piernas muy cerca de sus rodillas. Él sostenía mi cabello en una cola enrollada en su puño izquierdo, halada hacia arriba levantando los poros de mi sien, del lado derecho sostenía un revolver plateado, de frío y fuerte metal que besaba mi nuca. Recuerdo que inicialmente me gustó la sensación de su jugueteo con el arma en mi espalda, erizó mi piel recorriendo con firmeza mi columna vertebral, el roce del metal frío en los laterales de mi cuello, su respiración golpeando mi mejilla, su nariz en mi oreja y la lánguida caricia de su lengua en mi lóbulo derecho. Por un instante todo el ambiente fue húmedo, calido, relajado.
Pero sin justificación, sin cambio en su gesto o en su ojos, empezó a hablar, a expulsar por la garganta sus carencias, sus parquedades, a reclamar la cruel y triste historia de su vida, de su vida sin padre, rodeado por la miseria y la envidia, su envidia hacia miles, del rencor que guardó por muchos años a sus siempre compañeros de escuela, a los jóvenes del barrio donde vivía, siempre deseando, nunca alcanzando. Siempre jugando con juguetes ajenos, siempre vistiendo lo que otros habían estrenado, siempre velando, siempre anhelando un respiro para algo mejor, nunca hubo fortuna para algo mejor. Fueron 24 años de pobreza, 24 años de sacrificios de su infeliz madre, 24 años soñando con que las cosas mejorarían. Esa noche, en ese pasillo, allí estaba igual de pobre que toda la vida, con 24 años sin medio en el bolsillo, con la rabia que lo mataba y mordía su corazón, tanto como el hambre mordió su estómago por muchos días. Habló de eso y de todo, lloraba, lloraba y afincaba el arma contra mí, la volvía a alejar y ambos reposaban en mi dorso, como miedosos niños.
Bruscamente reía y el misil apuntaba nuevamente mi cabeza, filoso y helado en dirección a mi cerebro, que de antesala inducía la sensación punzante de agujas de hielo enterradas en mi nuca. Las arterias se congelaron, dolieron las piernas, en témpano se transformó el estómago, era el saludo del pánico. Pero el entumecimiento se concentraba en la nuca, estaba tan rígida que no podía siquiera temblar el terror, era la hora, el olor, el preámbulo a la muerte, sólo escuchaba en derredor mis últimas y agitadas bocanadas de aire, los últimos latidos que golpeaban mi cabeza.
Era una simple carnada, la víctima, un cadáver con sesos esparcidos, la obra de la descarga de su ira, de su rabia contra el mundo, el regazo para la detonación y liberación de ese hombre. Allí estaba, esperando sólo eso, esperando nada, rogándole a Dios porque no me hiciera esperar más, rogando al silencio que todo acabara, que disparara, que me quitara ese dolor que sentía en el cuello, el frío que taladraba mi cuerpo, sólo esperaba… cuando me desmayé.

Abrí mis ojos, estaba en mi cuarto acostada del lado derecho de la cama sobre mi brazo derecho, mi cabeza sobre la almohada como siempre, como todas las noches, sólo el sonido del aire acondicionado y la luz de la mañana intrusa traspasando las persianas. Respiré profundo, todo era un sueño y el dolor punzante en la nuca que duró por lo menos media hora luego de despertar.

7 comentarios:

Erwin García dijo...

Hola mi manikita, afortunadamente sólo era un sueño. Pero qué especial lo narras, hasta me gustó, qué irónico. Pasa por casa, allí te agradezco por el Thinking, Un abrazo. Un beso muy pero muy grande. TQM.

NeoGabox dijo...

Uff ese muchacho parecía un reggaetonero (jejeje), por un momento me asuste, pude sentir el olor a muerte, los sueños son asombrosos, nos permiten vivir cada cosa, me alegra que todo allá culminado de retorno en la paz de tu habitación... Un abrazo...

Luzmar Isabel dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Luzmar Isabel dijo...

Amichi... gracias a Dios fue solo un sueñoooo, que terrible, El angel de tu guarda siempre te acompañe y te libre de momentos como el que describes en este post... Te quiero amichi, estuve atrapada en tu sueño!!

Otto dijo...

Tus palabras tienen una elegacia y una sensualidad especial hasta para narrar tu muerte... Y sinceramente me alegra que haya sido sólo un sueño.

Besos

Juan Luis Urribarrí dijo...

Bien escrito. Buenos recursos literarios, buen vocabulario. Te felicito. Besos

Ideas Nuevas dijo...

Chamaaaa ten cuidado, jejeje a mi me llamó hace poco una ex novia de madrugada, estaba llorando y me preguntaba si todo estaaba bien, yo casi la insulto por molestar mi sueño. Me dijo que acababa de soñafr mi muerte y le colgué le teléfono. Todavía no quiero saber cómo será... jaja besos y saludos